Brotes verdes en Monóvar

Bodega-PovedaPor Lluís Ruiz Soler

Un rediseño de formas y contenidos, a medida de las tendencias internacionales, es una de las consecuencias de la alianza de Salvador Poveda con Vid y Olivo, que le permite a todo un emblema de la DO Alicante acceder a mercados como el chino o el estadounidense y ver la luz al final del túnel.

Durante la “edad media” del vino de Alicante —que comenzó al final del esplendor prefiloxérico del penúltimo cambio de siglo y duró hasta el “renacimiento” de las dos últimas décadas—, los Poveda jugaron un papel como el de los monjes medievales que conservaron entre algodones el saber clásico hasta el advenimiento de la modernidad: resucitaron el fondillón, creyeron en la monastrell y mantuvieron las constantes vitales de la marca Alicante. Sobrevivieron a la crisis de los 70 y a la de los 90, pero se tambalearon con la debacle de 2007. Ese año pusieron en marcha su gran proyecto en el corazón del viñedo monovero: una nueva bodega que representaba el gran salto adelante con respecto a sus antiguas instalaciones del casco urbano. Pero era una inversión pensada en la opulencia que suponía una tremenda losa en los tiempos de penuria. Las dificultades para amortizarla han llevado a su vino, incluso, a escasear en los restaurantes de su entorno.

El pasado día 9, durante la presentación de su alianza con Vid y Olivo en la Escuela de Catas de Alicante, los Poveda volvieron a sonreír. Su integración en el proyecto del empresario Pedro Cáceres —nacido en La Línea, criado en Santa Pola y nacionalizado estadounidense— no representa, aunque pueda parecerlo, una venta encubierta, ni siquiera una recapitalización de la compañía, sino una cesión de su comercialización que le abre las puertas de EEUU o China y le brinda la posibilidad —a un par de años vista, según fuentes de la empresa— de reflotar el buque. Cáceres aporta su experiencia en el comercio internacional y su arraigo bilateral, que imponen una redefinición de productos y gamas. El Aitana —el blanco semidulce de siempre— cobra un inusitado protagonismo, el Rosella adquiere una leve palidez afrancesada y trendy —los dos, con nuevas etiquetas— y los Toscar —la gran apuesta de Vid y Olivo— se rediseñan moderadamente en forma y contenido con una codificación meridianamente clara de variedades —monastrell, merlot, cabernet, syrah— y crianzas: vinos fáciles y comprensibles para mercados donde, afortunadamente, todavía hay más consumidores que entendidos.

Junto a Rey Eneo —una bodega que elabora 500 mil botellas anuales de tintos inconfundiblemente altoriojanos— y a la jerezana Williams Humbert, también participa en Vid y Olivo la pionera del cava valenciano, Castell dels Sorells. Ubicada en Albalat cuando hizo el primer méthode champenoise de la Comunidad, estaba trasladándose a Turís en el momento de dibujarse el mapa oficial del cava y no logró que alguno de esos municipios se incluyera en él, pero sí seguir elaborando vino reconocido por la DO a base de hacer encaje de bolillos con sus registros de viticultores, elaboradores y demás. Su nueva marca Art Pur y su alianza con Vid y Olivo le abren también un nuevo horizonte.