El glamour también se hereda

El primer champagne pensado para ser transmitido en herencia conjuga la belleza, la exclusividad y la solidez de lo auténtico frente al paso del tiempo

En su bicentenario, Perrier-Jouët crea un pack como para incluirlo en el testamento: dos magnums contenidos en dos esculturas vanguardistas, para que quien los compre por 9 mil euros disfrute de uno en vida y le legue el otro a sus nietos.

Perrier-Jouët es el champagne glamuroso por excelencia. La anémona modernista que diseñó el cristalero Emile Gallé en 1902 sigue siendo su imagen y la Maison Belle Époque, donde se recibe a las visitas más ilustres en la bodega de Épernay, acoge una de las mejores colecciones privadas de Art Nouveau, con más de 200 piezas entre muebles, vajillas o lámparas. Pero, además, tal como nos explicaba Omar Bravo, “brand ambassador” de la casa, Perrier-Jouët es y quiere ser el champagne de los dandis, igual que Bollinger es el de James Bond. Citando al gentleman David Piper, nos decía que “el champagne es a otras bebidas lo que los dandis son a otros hombres: un constante recordatorio de la posibilidad de algo infinitamente mejor y más sutil, algo que brilla desde el interior, un símbolo de las mejores cosas”.

Frivolidades aparte, y pese a que la inmadurez del mercado español impide asignarle tal tendencia a tal marca como en EEUU o Francia, Perrier-Jouët es un vino gourmet como el que más. El Grand Brut, su producto base, es un calculado ensamblaje de más de 30 crus, envejecido durante más de 2 años y con un 80% de variedades tintas, carnoso, fresco, versátil. Cuesta unos 40 euros, en la línea de otros pequeños productores que comienzan a no ser tan raros entre nosotros y que añaden al encanto del champagne la exclusividad de la que carecen las grandes marcas.

Pero, en su última apuesta por el glamour más esnob, lanzada con motivo de su bicentenario, Perrier-Jouët ha elegido el Belle Époque, que tiene más chardonnay —un 50%—, es más caro —más de 150 euros— y su presentación es aún más art nouveau. Se trata de un pack de dos magnums, embalados en sendas esculturas del artista Daniel Arsham, que se venden a 9 mil euros con la idea de que el afortunado comprador —se han hecho cien unidades y únicamente se venden en la bodega de Épernay— pueda disfrutar en vida una de las botellas y legarles la otra a sus herederos. Para asegurar la conservación, Perrier-Jouët ha escogido, por su acidez y su estructura, el de 1998, y se compromete a guardarlo, durante un máximo de 100 años, en una exclusiva cava de diseño vanguardista en lo más recóndito de sus instalaciones.

Pierre Nicolas Perrier y Adèle Jouët comenzaron a elaborar champagne en 1811, año del primer avistamiento del cometa Halley y de la primera gran cosecha del siglo XIX en la zona. Él tenía el arraigo de una saga de viticultores champañeses y ella, la casta empresarial de una familia de comerciantes normandos. Tenían 25 y 18 años. El grupo Ricard, actual propietario de la empresa, mantiene la solera y el glamour de una de las grandes casas de la Champagne, patentes, dos siglos después, en esta iniciativa poderosamente metafórica: la belleza, la exclusividad, la solidez de lo auténtico frente al paso del tiempo…

FOTO: CAMILLE MALISSEN