La comunicación aplicada —a la gastronomía y a lo que sea— es una disciplina compleja que pone en manos del profesional un sinfín de herramientas. Entre ellas, el 2.0 es la última, no la única.
Hace poco, en la Universidad de Alicante, un puñado de entendidos le dedicó una jornada a difundir, hablando de turismo gastronómico, las bondades del 2.0… a costa de cualquier otra forma de comunicación. Los restauradores presentes debieron salir de allí creyendo que, para hacerse ricos y famosos —o, por lo menos, para sacar sus negocios adelante—, basta con pasarse el día en las redes sociales o contratar un community manager. Ya no sirve para nada aparecer en guías gastronómicas, protagonizar una buena crítica en cualquier medio, anunciarse en diarios y revistas e incluso dar una ponencia en un congreso culinario o en un acto como aquel. A nuestro turno, dejamos en parte lo gastronómico y hablamos de comunicación: puestos a impartir docencia en la Universidad —ahí es nada—, es en lo que uno tiene un título expedido por el suegro de Urdangarín.
Rudimentos previos a la primera lección: comunicación es la interacción entre un emisor y un receptor, con la transmisión de un mensaje como objetivo y como resultado. Luego está la comunicación masiva, que se produce necesariamente a través de un medio. En su estadio más tecnológico, los medios desatan un fetichismo característico de la cultura contemporánea que alcanza su formulación más célebre en una frase muy resultona sobre cuya vacuidad huelga extenderse: “El medio es el mensaje”, que dijo Marshall MacLuhan.
Algo inherente a la fascinación por el juguete nuevo es que, indefectiblemente, todos los medios nacen con la pretensión de ser el definitivo. El cine iba a acabar con el teatro, la televisión con el cine, internet con la tele y la FM con el diario. Pero, pasado el sarampión —cada uno de los sarampiones—, las cosas vuelven a su lugar. La realidad de hoy es que lo que le da prestigio a un actor es interpretar a Lope en un escenario y, a las cadenas de TV, los Goya que ganan sus películas, mientras que muchas noticias de la radio se siguen recortando del periódico, cuya versión digital no se sostiene sin la edición de papel. Agencias matrimoniales, centrales de reservas, casinos, bingos, comparadores de seguros y otros boyantes negocios de internet se anuncian con ahínco en la tele. Buena parte de los contenidos de la red se generan en los medios “convencionales”: ¿De qué hablarían muchos blogs gastronómicos sin la Michelin y sin Restaurant Magazine? Muy pocos blogueros se ganan la vida con esa actividad y el abajo firmante no es uno de ellos: muchos, incluso, viven de la prensa convencional, escribiendo y hasta vendiendo publicidad a comisión. Más de un chef socialmediático ha acabado cerrando su restaurante o reorientando su carrera mientras que muchos negocios funcionan sin currarse el perfil de Facebook ni la web. Los medios son herramientas y el profesional de la comunicación las usa todas: no sirven para lo mismo una llave allen y un destornillador. Para impactar de forma inmediata sobre un aspecto puntual recurre a Twitter y para analizar en profundidad algo más amplio necesita otro tipo de soporte. Receptores, sigue habiéndolos interesados en unas cosas y en las otras.
Alguien dijo desde la tarima que para qué escribir nada, pudiendo tuitear una foto. Desde un pupitre, otro aseguró que no estaba dispuesto a desplegar un metro cuadrado de papel para ponerse a leer. Es estupendo que la Universidad ya no sea una gran fábrica de axiomas y de dogmas, como el que da por intrínsecamente beneficioso el hábito de la lectura. Es magnífico que ya no sea feudo de catedráticos y doctores, que ya no esté blindada por selectividades y pruebas de acceso, que en sus aulas enseñe cualquiera que tenga algo que enseñar y aprenda cualquiera que tenga algo que aprender. Es la revolución que soñaron en Berkeley hace medio siglo. Lo malo de las revoluciones es que hay quien se las toma a la tremenda. En Villajoyosa, cuando la FAI se hizo con el poder durante la Guerra Civil, al abuelo Luis, que era médico, lo destituyeron para hacer Jefe Local de Sanidad al practicante.
LLUÍS RUIZ SOLER