La cena prodigiosa: no ver para creer

Cena-de-los-SentidosPor Lluís Ruiz Soler  

Esto es el restaurante Brel de El Campello ¿no? ¿O estamos en el Jardín del Edén? ¿En el zoco de cualquier ciudad árabe? ¿Volando de nube en nube? ¿Esperando a la que quizás nunca vuelva? ¿En Elm Street? Que nadie duerma, todo es un sueño hecho irrealidad.

Noche en Brel. No es una cena cualquiera. Franquear la puerta, entre desconocidos igual de expectantes, es como pasar al otro lado del espejo. Sentado a la mesa, las ranas del Paraíso croan melodiosamente. Pero, de pronto, el ambiente es como de un mercado magrebí. O de más al sur, yo qué sé. Un canto racial y profundo, un rumor de gente… El primer plato viene en un bol. Hoy manda el tacto, la música se palpa, se huele por la piel, se paladea con los dedos. Doy un sorbo. Es como una ensalada líquida. Una voz —ese susurro que, cuando lo necesito, vuelve como flotando en el aire— me dice que en el fondo hay una sorpresa y presiento que no va a ser la única. Me trago algo viscoso y herbáceo. No como. Siento.

La voz: “Toma pan y moja”. Esto es pan, no hay duda, aromático y esponjoso, de corteza crujiente y ancestral. Pero ¿y lo otro? Si de “sabor” viene “sabe” ¿a qué “tacta” esto? La voz me echa una mano —se convierte en mano— y me mete en la boca un pedazo de pan con huevo frito que sabe a Mar. De repente, “el viento dibuja mi cuerpo desnudo en el aire, mis pies se desprenden de la tierra arenosa”, salgo volando sentado en la silla, aterrizo en la nube de al lado, vuelvo a mi sitio, “desaparece el peso, comienza la danza…” Un fado cantado con las mismísimas entrañas hace que la sala se estremezca. Me abrazan, abrazo, nos abrazamos, lloramos, lloro “imaginando que estuvieras aquí a mi lado”. ¡Joder, por qué no estás aquí a mi lado! Esto sí: es panceta. Sabe a humo. Y a cilantro. Huele a humo, están asando panceta. La voz me limpia las manos con una toalla gélida. “Night inside your eyes. Pessoas passando e eu esperando você, so você. Where are you now. Night, night, night…”

Frío y calor, olor y aroma, poemas y canciones, sabores y sorpresas, nostalgia y esperanza, alegría y pena… Irrumpe el sexto sentido: el miedo. Gritos de pánico y risas histéricas. Freddy viene a por mí. Golpea las mesas con cadenas, las hace añicos con su sierra mecánica entre chirridos espeluznantes, se acerca inexorablemente a la mía. El sueño se convierte en pesadilla. Pero todo está en la piel. A flor de piel, irrumpe el séptimo, y el octavo, y el sentido que los condensa a todos y hace que eclosionen y se expandan y se vuelvan a condensar. Sabe a chocolate, a violeta, a vainilla. “Se miran, se desean, se presienten, se acarician…” Jadeos por todas partes, manos por todo el cuerpo. “Que nadie duerma. Ni siquiera tú, princesa. Que desaparezca la noche. Mi beso disolverá el silencio.”

No te creas nada. Y menos, que La Cena de los Sentidos, como la de la otra noche en Brel, consiste en comer con los ojos vendados. Nada más lejos de la irrealidad.