Por Lluís Ruiz Soler
La crisis ha impulsado el boom de las microcerveceras con su aire alternativo, ecologista, neorrural, de rebeldía frente a la globalización y de autoempleo. Las Spigha de Cervesera Alcoiana, que acaba de lanzar su Vora Mar, iniciaron el año pasado en la provincia una escalada cervecera que viene del norte. El último hito es Nispra, una cerveza con níspero que ha comenzado a venderse esta semana.
Todavía se recuerda en Monóvar la indignación de don Salvador Poveda en la inauguración de la Cooperativa, con las mesas llenas de botellines de cerveza. Era una insólita violación de la lógica del “vino de honor” y todo porque venía el Gobernador Civil. Hasta entonces —hasta el otro día— y desde tiempos de los romanos, que menospreciaban la bebida de los bárbaros, en el Mediterráneo se había bebido vino y poco más. Pero el frigorífico le permitió a la cerveza desbancar del aperitivo al vermut o a la paloma al superar el handicap de que no se le pueda echar hielo para enfriarla. Luego vino el turismo centroeuropeo, que hincha las estadísticas hasta situarnos en puestos de liderazgo en cuanto a consumo de cerveza. Por eso, no deja de ser chocante el boom de las microcerveceras. Tiene un claro aire alternativo, de punto de encuentro entre lo rural y lo urbano, de reivindicación de lo ecológico y lo natural, de fenómeno impulsado por la crisis y la necesidad de autoempleo, de rebeldía frente a la globalización… Es eso lo que le da autenticidad, más que la incorporación de romero, chufa o níspero a unas recetas con maltas y lúpulos de importación, más que la historia de marcas como Azor o Turia y más que el hecho de que los egipcios o los íberos ya hicieran algo parecido.
Las cervezas artesanas que se elaboran entre nosotros son del tipo “ale” —como las de “abadía”—, bien distintas a las “lager” habituales. En las primeras, las levaduras no se sumergen del todo en el líquido en fermentación y, en las segundas, actúan hasta el fondo. Así, el azúcar residual hace que las ale sean corpulentas y dulzonas, mientras las lager quedan secas y ligeras. Aunque son históricamente muchísimo más recientes que las ale, las lager integran un porcentaje cercano al cien por cien del consumo mundial y, particularmente, del español. ¿No se elabora lager aquí por las dificultades técnicas que entraña un clima caluroso? Bueno, con los climatizadores de hoy… En realidad, ese es sólo uno de los motivos por los que elaborar una ale en un garaje es mucho más fácil que hacer una lager.
Procedente de los Estados Unidos, la fiebre microcervecera llegó a principios de siglo a Cataluña y se ha expandido mapa abajo. En la provincia de Alicante desembarcó un año atrás con la puesta en marcha de Cervesera Alcoiana, que produce las cervezas Spigha: Gurugú —negra—, Na Valora —ámbar— y, desde hace un par de meses, la Spigha Vora Mar, rubia. Además, fabrica para la Cooperativa de Altea la Nispra, una cerveza con níspero que se empieza a vender estos días. A comienzos de 2012, Bardisa lanzó la Sacristán, elaborada en Alicante. Y en Benissa, hace un par de años que Pa Líquid comercializa la Riu Rau como “autèntica cervesa de la Marina”, aunque está hecha en Valencia.
FOTO: JOSÉ A TOMÉ