La enorme repercusión del programa de Alberto Chicote sobre el Da Vinci de Moraira no ha servido para regenerar el restaurante de Rafa Soler. Como su nombre indica, un “reality show” no es sino un espectáculo, realista en cuanto al estilo de imágenes o diálogos, pero un espectáculo.
“Ayer salió tu coronilla en la tele”, nos decía por sms el más gracioso de la familia. ¡Dios, la de gente que vio “Pesadilla en la cocina”! En efecto, uno estuvo en “la mesa de los críticos” durante la grabación en el Da Vinci de Moraira, en mayo pasado, del programa de Alberto Chicote que emitió el otro día La Sexta. Y no descartamos que lo de encuadrar sistemáticamente esa parte de nuestra anatomía fuera una pequeña represalia. Cuando alguien del equipo nos decía cosas como “ahora vendrá Alberto y le tenéis que decir que el arroz estaba estupendo”, le replicábamos que “sí, hombre” y acabaron haciéndonos saber que aquello era televisión, no crítica gastronómica. Pero el caso es que no nos habían contratado como actores: nos habían convocado como “críticos”. De cualquier modo, los recursos de un reality show son infinitos y no les resultó difícil conseguir que otro elogiara aquel arroz infumable. Luego, insertaron un plano de una paella con escasísimos restos que denotaba satisfacción. Nada nuevo: lo que ya sabíamos sobre estas cosas lo experimentamos en nuestras propias carnes.
El programa sobre los Soler y su restaurante refleja un conflicto conocido en el mundillo gastronómico desde hace tiempo. Villa da Vinci tuvo su momento de gloria y era difícil conseguir mesa cuando se codeaba con el Girasol, La Sort y Le Dauphin en el exclusivo Festival Gastronómico Internacional de Moraira. Luego, se vino abajo. ¿Por qué? “Pesadilla en la cocina” toma partido a favor de Rafa Soler hijo, que culpa del fracaso del negocio a la actitud de su padre: un crápula convicto y confeso. Seguramente, fue así. Sin embargo, cabía una lectura más gastronómica y menos sensacionalista a partir de los argumentos que Rafa Soler padre insinúa apenas en el programa. Para él, Da Vinci perdió su entregada clientela de guiris adinerados y adictos a las salsas de nata cuando su hijo reemplazó aquella cocina pasada de moda por sus propuestas de corte más moderno, que luego desarrolló en el Joël de Dénia con un balance de crítica y público similar: más loas mediáticas que clientes. Cierto o tan manipulado como el otro, el contenido nos habría parecido más interesante.
La experiencia ni siquiera le ha servido al Da Vinci para reflotarse, como al parecer ha hecho La Tana, en Pinto, que protagonizó la primera emisión de “Pesadilla en la cocina” una semana antes. Rafa Soler padre sigue con su carta y con su escasa parroquia de residentes extranjeros poco exigentes. El teléfono suena más que antes, pero al otro lado suele haber un curioso y no un cliente. Cambiar el modelo de vida y de negocio es más complicado de lo que cuenta “Pesadilla en la cocina”. No es creíble que a Rafa Soler padre, en plena resaca, se le apareciera la Virgen en la lonja de Moraira y le hiciera ver que hay otra forma de hacer las cosas.
LLUÍS RUIZ SOLER
FOTO: Fotograma de «Pesadilla en la Cocina». ©LaSexta