Rioja no es sólo tempranillo

Por Lluís Ruiz Soler

En la región española cuya cepa importan muchas otras, la bodega del enólogo Juan Carlos Sancha lucha por diversificar el panorama varietal de la vid y el vino.

La evolución de las especies es así: cada equis años o milenios, surge una mutación espontánea de alguna que existe para dar lugar a otra diferente. El Ad Libitum Tempranillo Blanco es el sorprendente fruto de una variedad radicalmente nueva.

Conservar o recuperar la identidad vitivinícola de cada sitio pasa por reivindicar sus cepas autóctonas frente a la globalización varietal que hace que el vino sea, como la Coca-Cola, igual en todo el mundo. Pero la región española más uniformizadora libra su propia batalla por la reafirmación del “terroir”: hay Rioja más allá de la tempranillo. Juan Carlos Sancha y su bodega, que cultiva 27 variedades distintas en un viñedo de 5 hectáreas, son líderes en una tendencia que parte de datos significativos. Mientras en 1912 tenían relevancia 44 variedades de uva distintas en La Rioja, ese censo había quedado reducido a 7 en el 2000. De las otras 37, al menos 10 se han perdido para siempre y las restantes están en vías de extinción.

En el caso de la maturana tinta, llegaron a quedar sólo 35 vides. Tras un laborioso proyecto de recuperación, Sancha consolidó un pequeño viñedo ecológico del que procede su Ad Libitum Maturana Tinta (unos 9,50 euros), elegantemente insólito, más vegetal que frutal, con aromas de esencias orientales más que de especias, de acusada personalidad también en la boca, estructurado y profundo: un vino distinto que hay que probar.

Decididamente, La Rioja no es sólo tempranillo. Hace menos de 40 años, la garnacha ocupaba un 39% de su viñedo frente al 31% de la tempranillo. En 2002, el predominio se había invertido drásticamente: 80% de tempranillo y 15% de garnacha. La antigua reina del viñedo riojano es otra de las apuestas de Juan Carlos Sancha, que elabora su Peña El Gato (unos 15 euros) con la uva de una pequeña parcela plantada hace 94 años. Un garnacha de los grandes, frutal, balsámico y especiado, estructurado, cremoso y elegante, con 10 años de vida o más por delante.

Pero la aportación de Sancha, que puso en marcha su bodega en 2008 tras largos años de trabajo con la Universidad de La Rioja y con Viña Ijalba, no se limita a rescatar cepas marginadas o abandonadas, sino que se atreve a “inventar” otras nuevas. El enólogo ha participado en el reconocimiento como variedad diferenciada de un sorprendente tempranillo blanco que surgió por una mutación albina —espontánea y natural— de un sólo sarmiento de la cepa riojana tinta. Su Ad Libitum Tempranillo Blanco 2010 (unos 9,50 euros) no es una elaboración como blanco de un tempranillo, a la manera de algunos experimentos en esa línea, sino el fruto inopinado de una variedad nueva. El catador intentará identificar una chardonnay, una verdejo, una sauvignon blanc, incluso una albariño. Se parece a todas y a ninguna. Huele a fruta blanca, cítrica o tropical y a flores. Tiene estructura, equilibrio y persistencia. Es algo nuevo. A fin de cuentas, todas las variedades tienen lugar y fecha de nacimiento, aunque se conozcan con certeza los de muy pocas.