
Al comienzo de la crisis, un cocinero se quejaba de la falta de clientes y Miquel Ruiz, adalid de la gastronomía neotradicional valenciana, le preguntó que por qué no aprovechaba el tiempo para amasar un pan mejor que el precocido que servía, en vez de lloriquear de brazos cruzados. En el Xiri, Josep Palomares comparte esa filosofía: la de resetear la cocina tradicional —muy a su manera, a diferencia de quienes aún explotan la veta descubierta por el pionero— y la de amasar, por ejemplo, un pan de centeno con el que hace una colosal coca de cebolla tierna y jurel o un helado que sirve con chocolate y almendra. Métase una rebanada en el bolso, señora, y tuéstesela por la mañana: es pura delicatessen. Pero el último logro del peculiar gusto de Palomares por un barroquismo inopinadamente bien resuelto es la ensalada de rape, brandada y capellán. O, si no, el ravioli de marisco con dátiles y dashi. Revalorizando la tradición, el impresionante crujiente de gachamiga sobresale entre vieiras, alcachofas y huevo a baja temperatura. Y, para acabar de tocar el cielo, un espectacular corte de angus con pimientos. Capeando el temporal —encima, fuera de ruta— al Xiri sólo le faltaba el relevo generacional para aspirar a la inmortalidad y Josep Palomares hijo ya está a pie de fogón. LLUÍS RUIZ SOLER